No soy de un
equipo grande. De esos que ganan títulos casi todos los años y que tienen dinero
para fichar a quien quieran. Los que nunca juegan un lunes a la noche. Los que
tienen delanteros que meten goles y centrocampistas que dan con maestría pases inverosímiles. Tampoco lo envidio. Por
la razón que sea y, estemos donde estemos, Osasuna es y será mi club. Un club de
pequeños momentos.
Os cuento uno:
Habían sido años de bonanza rojilla. Muchas temporadas seguidas en primera
división, con un par de participaciones en la Uefa hasta que, sin darnos cuenta,
bajamos a segunda. No nos preocupó mucho. Todos estábamos convencidos de que
subíamos al año siguiente. La realidad truncó nuestros sueños. Y cuando casi
estábamos en segunda B, apareció un gol. Fue de Tiko, en Badajoz, casi en el
último momento. No fue el gol más bonito. Ni el más importante. Pero fue el gol
de saltar. Después de tantos años de sufrimiento, era el que supuso el punto de
inflexión, primero para no bajar, posteriormente para subir y después para
llegar a vivir otros momenticos como la previa de la champions o la final de
copa.
En esta época
de zozobra en que parece que hemos caído a un pozo, llegará un instante, un gol
como aquel, un partido, que nos volverá a ilusionar y a catapultar hacia arriba,
donde viviremos de nuevo esos momentos especiales que nunca podrán comprender
los aficionados de otros equipos.
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