El mismo viernes a las tres menos veinte llegaba a casa, y a las tres y cinco había quedado con Fer y Unai, o sea que en venticinco minutos tuve que terminar de hacer la mochila, comer dos pintxos en el bar de abajo, y dejar todo apañado. Salimos rumbo a Salou, con Iñaki, Amaia y David en el otro coche por delante. Descubrimos que los walkie talkies que le pedimos al sobrino de David, no tenían las pilas que su madre nos había dicho, o sea que tenemos que esperar a llegar a la primera parada para comunicarnos entre coches. Tras pasar el meridiano de Greenwich, llegamos a Catalunya, donde entran las primeras dudas sobre la carretera a seguir, y entre Unai que nos guía por unos atajos, el Gps, que nos manda para otro lado e Iñaki que quiere ir por otro, acabamos cada coche por un lado, y algo perdidos, hasta que llegamos al hotel, donde nos esperan Elisa y Gemma que se habían escapado en autobús, aprovechando su día festivo por las fiestas de Beriáin, que les sirvió para meterse en la piscina y las primeras atracciones además de ir haciendo los papeleos. Llegamos sobre las 19.30, y el parque cierra sus puertas a las ocho, así que en tiempo record, pasamos por recepción, nos ponemos las pulseras anti-colas, hacemos una visita relámpago a la habitación del hotel y a la carrera nos da tiempo de montarnos dos veces en el Stampida. Más relajados, volvemos al hotel y vamos a su piscina, hasta que anochece del todo. Tras el reparto de habitaciones, un pote una terraza, cenamos y con un cubata o cóctel, damos por cerrada la jornada, que el sábado será un día largo.
Nos despertamos y vamos a desayunar, entre comentarios de unos que han dormido peor que otros. Buen y variado buffet del que salimos saciados y tan llenos como el bolso de Amaia con cosas para la furgo y salimos rumbo al parque hasta el Furius Baco, rebautizado con diferentes nombres, y su espectacular aceleración. Pasamos y nos chirriamos en el Tutuki Splash, y vemos la zona nueva de barrio sésamo y su spinning volador. Barca vikinga y su agrio currela, Dragon Khan y sus impresionantes loopings, de donde salimos algo aturdidos, vemos un espectáculo de western, autos de choque, la imponente caída libre del Hurakan condor y comemos en la cantina mejicana. Después, vemos un espectáculo en la polinesia en medio de un calor sofocante, en el que David nos salva la vida, trayéndonos a cada botellín de agua. Pese a nuestra pulsera que nos evita las colas, y nos permite montarnos varias veces seguidas en la misma atracción y el exigente ritmo que llevamos, a veces nos queda la sensación de que nos quedan un montón de cosas por hacer. Así que seguimos visitando los troncos, los rápidos, con la especial habilidad de Fernando para mojarse y nos hacemos una típica foto de grupo western además de otras atracciones menores. Para terminar como no, el stampida, durante tres veces seguidas hasta que nos cierra. Un nuevo paso por la piscina, y nos preparamos para cenar un panini mientras ideamos y planificamos la fiesta sorpresa de cumpleaños de Elisa. Tras el panini, vamos a la habitación y recibimos a Elisa entre piñatas, regalos, fotos, globos y cánticos. Luego salimos a echar un trago, acompañados del trivial y tras la victoria, y con el cansancio acumulado, nos vamos a dormir, esta vez parece que a gusto de todos.
Domingo, nuevo desayuno y hacemos la mochila para dejarla en el coche y dejar nuestras habitaciones de hotel en pleno oeste americano. Dejamos la habitación con pena, pero con la ilusión de lo que nos queda todavía por delante. Sin perder tiempo de nuevo vamos al Furius y de ahí salimos muy a mi pesar al Agua park, donde nos tiramos en grupos de cuatro por un tobogán, luego por los toboganes cerrados y tras un paseo en flotador, volvemos hacia el parque. Apuramos en cada atracción, sabiendo que son las últimas veces por el fin de semana, y nos recreamos en las fotos. Un espectáculo de cuarta dimensión, y otros remojones y caídas libres, hasta que comemos una hamburguesa y pensamos en la despedida. Tras unos intentos fallidos de llevarnos algún muñeco en las anillas y la carrera de camellos, depositamos en Unai todas nuestras esperanzas, pero tras tirar el primer muñeco, incompresiblemente, vuelve a apuntar al mismo, y volvemos a Iruña, sin más equipaje que nuestras mochilas. Mientras escuchamos la victoria rojilla, Fer e Iñaki nos traen, y tras la parada, jugamos un trivial intercoches, con ayuda de los talkies, hasta llegar hasta la vieja Iruña.
Completo fin de semana, que dio la sensación de ser más tiempo por todo lo que aprovechamos, y que finalmente terminamos sobre las once de la noche del domingo. Bueno, Elisa y David, lo alargaron un poco más ya que se habían dejado las llaves puestas por dentro y tuvieron que llamar al cerrajero.
Cuando queráis, volvemos.